Silver Spoon: sí o sí

Para todas las personas, al llegar a una cierta edad, llega ese momento en que empiezan a plantearse, con rigurosidad y seriedad, la cadena alimentaria. Para algunos, es un arrebato adolescente y dura desde los tempranos veinte hasta los treinta; hay extraños casos que empiezan en la pubertad y siguen toda la vida; por último, están los que llegan un día a la edad adulta, y después de haber tenido un par de perros, o gatos, o loros, de haberlos cuidado y posiblemente sacrificado, se empiecen a preguntar seriamente cómo cuidar mejor a los animales, si acaso está bien esterilizar a los gatos, si hay que tener periquitos y buscarles una pareja, por que sino se deprimen. En otras palabras, se empiezan a considerar algo más que un complemento de la vida propia y pasan a ser existencias autónomas. 


Esta toma de conciencia lleva, tarde o temprano, a preguntarse cómo matan a los animales, cuánto dolor sufren, cuál es la relación que hay entre los que los crían y procesan y otras coyunturas morales. Y, como todo proceso de madurez, en algún momento esto nos lleva a preguntarnos cómo son las personas que crían a los animales: cuál es su relación con los animales, qué sienten hacia ellos. Sería una necedad considerar a todos los granjeros como personas insensibles, sin intuiciones metafísicas o aspiraciones intelectuales. Cualquier vegetariano/ vegano inmaduro puede pensar que odian o desprecian a los animales. ¿Qué pasa si los granjeros aman a los animales, incluso los veneran? 


Todas las personas sienten. Todas tienen sus idiosincrasias y sus certezas, y todos los granjeros que he conocido en mi vida (y han sido varios) quieren a los animales, tienen una relación con ellos. Y el trabajo que tienen no es fácil, sino sacrificado. Hay que levantarse temprano, hay que ser marcial, rígido, hay que abandonarse a la naturaleza esperando que sea amable contigo; hay que mantenerse a la vanguardia de la tecnología y al mismo tiempo ajustarse a un presupuesto cada vez más menguante, una industria con menos beneficios y una necesidad más y más acuciante de ahorrar, de tratar a los animales como objetos y no como seres vivos. 

Y pensar que los granjeros no se ven afectados por todo esto es de tontos. 

Por eso, el sentimiento tras Silver Spoon es su mayor arma. Toda esa felicidad. Toda ese agradecimiento. Tanta consideración solo puede desembocar en algo bueno. Hay un gran equilibrio en este manga. Nunca es excesivamente sentimental, nunca demasiado catastrofista. La escena en que la familia vende los caballos y concuerda darle educación universitaria a la chica es una muestra de contención, realismo, calma, carácter. Un manga de personas racionales que se comportan como seres humanos sin la necesidad de llevar al límite un aspecto de su personalidad. Si no fuera por el padre, podría ser una historia sobre gente que ama lo que hace, y una glosa de amor a la gente del campo, que ha sido objeto de novelas, poesías, ambiciones y retratos desde la época medieval. 

¿Qué más puedo decir? El mejor manga que he descubierto este año, un auténtico regalo, placentero hasta el límite. Una obra moral, educativa, hermosa. Lo daría en los colegios como lectura. 


¿Lo incluimos en el manga de la semana? Sí o sí.